A ORILLAS DEL RÍO CHUMBAO

Reposando a orillas del río Chumbao, escucho unas risas!
Al levantar la cabeza puedo observar a dos niños jugueteando en las ramas del árbol de capulí. Los niños deben tener 8 y 12 años, se les ve muy emocionados, cerca de ellos dos hay una canasta colgada, hasta donde depositan los frutos. Un puñado capulí para la boca, otro para la canasta y las pepas… para lanzar al compañero. “Lluvia de pepas embabadas”

El árbol es alto y el tronco es frondoso, la corteza es gruesa y cuarteada, sobre ella crecen musgos por lo tanto son resbaladizos, las ramas son coposas y débiles, de hojas de color verde intenso, desde donde resaltan los racimos de frutos con colores contrastantes, desde un verde pálido, naranja, rojo hasta un guinda oscuro, los frutos son grandes, brillosos, jugosos y muy apetecibles.

¿Pero cómo han subido estos dos? me pregunto.
Todo un peligro... el tronco y las ramas aún siguen húmedos por la intensa lluvia que cayó estos días.

Minutos más tarde, cuando ya estaban satisfechos, empezaron a juguetear al rey mono, se balanceaban de las ramas de un lado a otro, de arriba a abaja, etc. La alegría y algarabía era total, se sentían los niños más felices de la tierra, hasta que… silencio sepulcral por un momento, y de pronto se oyen unos gritos de zozobra, angustia y desesperación.
¡Ayuda!, ¡No te muevas hermanito, cógete fuerte!...

Al escuchar esos gritos, me quedo paralizada y sin saber que hacer, me pregunto ¿por qué gritan esos niños?, ¿qué les está sucedido?, y ¿por qué oigo sólo gritar a uno de ellos?
Después de un rato corro hacia el nivel de donde están ellos, siempre a la otra rivera del río. Levanto la mirada y con una voz entrecortada, les pregunto: ¿Qué está pasando?… pero nadie responde a mi pregunta!… y de pronto otra vez el niño empieza a gritar, ahora con más desesperanza… ¡hermanito ayúdame por favor!

Sigo angustiada sin saber que hacer, sólo puedo oír el llamado del niño y el sonido del agua que viene con fuerza, arrastrando piedras, troncos, ramas y cuanta maleza encuentra en su cause, la correntada está fuerte... ¿Cómo paso para el otro lado del río.? El puente más cercano está a medio kilómetro, mientras voy a su encuentro será demasiado tarde… ¡demonios!
Grito nuevamente, ¿niño: Qué pasa?...
A lo lejos escucho una vocecita suave y solloza que me responde:
- Mi hermanito está a punto de caerse del árbol, está colgado de una rama, aquí abajo hay muchas piedras, púas de cabuya y pencas de tuna, tengo mucho miedo!
- Sal de donde estás y pide ayuda, debe haber alguien por ahí!
- ¡Tengo miedo!, responde nuevamente.
- Corre y busca a alguien, todo va ha estar bien... corre!

Mientras tanto el niño sigue colgado, llorando y perdiendo las fuerzas en sus brazos y manos, siempre aferrándose a la vida.
- No te sueltes, resiste un poco más porque ya vienen por ti, le grito con mucha impaciencia.

De pronto se apareció un adulto, quien sube rápidamente a ayudarlo, minutos después logran bajar del árbol juntos.

Sin ninguna palabra el niño sollozaba de miedo…

Minutos después, regresa su hermano trayendo a su papá y los tres se abrazaron fuerte, lloraron juntos y el papá agradece al joven por haberle salvado la vida de su pequeño.

¿Qué sensaciones tan raras he experimentado hoy?
¡Cómo describirlas!...
Con algo más de calma, con las pulsaciones estables, me alejo del río y subo hacia una pequeña loma, desde ahí puedo observar a los niños que corren en el alfalfar, persiguiendo y perseguidos por un perro. Se les ve muy contentos y como si nada malo les hubiera pasado.

… Será mejor que vuelva a casa!
Tengo la necesidad de ver a mi madre, le pediré que me abrace bien fuerte y me pondré a llorar en su regazo, porque aún sigo teniendo el pecho oprimido.

1 comentario:

Mariela Molero Osorio dijo...

Es una historia que me tocó vivir cuando tenía 8 ó 10 años.
Aquellos tiempos cuando me salía de casa buscando algo de aventura.