CUENTO DE ESPIAS

Cuando niña, junto con un grupo de amigos planeamos salir de aventura a un cercano e inhóspito bosque llamado “Los once perdidos”. En el trayecto a Raúl se le ocurre jugar a las guerritas, cortamos algunas ramas de los árboles para confeccionar nuestras pistolas, nos dividimos en dos grupos y empezamos a fingir una guerra, recreando los ademanes usados por los militares en este tipo de conflicto. Corrimos y gritamos como locos irrumpiendo la tranquilidad de la naturaleza, rampamos sobre pasto, tierra, piedra y agua, terminamos enlodados, con los pantalones y zapatos rotos, “fue una matanza total” afortunadamente no hubo heridos. Al llegar al bosque nos convertimos en espías, nuestro objetivo era “buscar y descubrir las parejas de enamorados secretos”. Para este cometido teníamos que esparcirnos y subirnos a los capulíes, desde ahí podíamos divisar a los “Romeo y Julieta” toqueteándose y manifestandose su amor. Ahí encontramos a muchos conocidos que sin duda al vernos se avergonzaron, pero tremenda sorpresa me di cuando descubrimos que mi prima Rosa “la princesita” estaba con Rafael, el hijo del borrachín del pueblo.
Años después seguramente pasé de espía a espiada.
FIN.

UNA MAÑANA DE TRAVESURA.

Un mañana de tantas cuando desperté todo estaba quieto, hasta que escuché una carcajada burlona que provenía de la sala, era Consuelo la amiga de Macalita -mi madre-, ella cada cierto tiempo nos visitaba para comprarnos algunas hiervas aromáticas y flores que crecían en el jardín del tras patio de mi casa. Todos estos productos los llevaba al mercado central de Andahuaylas para comercializarlos –tenía un puesto de verduras-, gracias a éste trabajo pudo educar a sus hijos y sacar adelante a su familia.

Tan pronto escuché las carcajadas, me incorporé rápidamente y fui a ver de lo que se trataba, ahí estaba la señora Consuelo preguntando por Macalita y riéndose del pobre niño.
-¿Dónde está tu mamá?-
Mi mamá está en la en la cocina… la invitó a pasar.
Mientras ingresaba de la sala al patio, la señora seguía riéndose, el pobre no entendía de lo que ocurría.
Hijito, ¿Qué te ha pasado en tu cara?, ¿Quién te ha pintado así con plumones? – Ella seguía riéndose- el niño avergonzado y asustado corrió a verse en el espejo, en el reflejaba su carita pintada lleno de colores y formas.
¡Pobre! se sentía colérico e impotente por defenderse.

Con voz muy alta replicó: “las voy a matar…”, mamá... de razón me quema el rostro y siento el olor del alcohol. Mamá… gritó nuevamente.
Su madre tan pronto escuchó los gritos salió corriendo a auxiliarlo, al verlo de ese modo se quedó sorprendida y muda, trató de armonizar el momento, - Ella tampoco pudo resistir y se echó a reír-. Con voz entre cortada le pidió que se lavara la cara con agua y jabón para luego echarle algo de crema para terminar de remover los colores.

Mientras mi madre lo asistía nos llamaba la atención y nos decía que éramos unas sinvergüenzas, que no teníamos corazón y, que eso no se hacía. ¡Pobrecito su bebé!

A pesar de la vergüenza y del miedo al castigo, disfrutábamos del cambio que le habíamos hecho a nuestro hermanito una noche antes mientras él dormía.
-Su cara nos sirvió de lienzo-
Quisimos ver a nuestro único hermano varón algo más grande.
Por unos instantes dejó de ser púber para fusionarse como niño, joven, adulto y anciano.

Mientras Eligio se reponía del mal momento, Lida y Mariela -las niñas traviesas- lo seguían molestando…
-Con voz muy burlona y en coro le decían: Te hemos puesto la barba de Miguel Grau, el bigote de Pinina –mi gata- y, las arrugas de la tía Ancco, -Una tía muy anciana-.

¡Risas y más risas!,
Pobre niño, no dejaba de renegar -de rato en rato nos amenazaba con vengarse-.
Mi madre de castigo nos mandó a recoger todas las flores y hiervas aromáticas para la señora Consuelo.

Al transcurrir los días a Eligio mi hermanito, se le pasó todo el coraje que nos tenía.
Creo haberle hecho rabiar a morir, le ocasionamos mucho sufrimiento y, por nuestra culpa terminó con su rostro enrojecido no sólo por la pintura, sino por la vergüenza, la rabia y por las fricciones que se dio para desmancharse la pintura.

FIN